a D, con cariño

A veces, para relajarme, en contra de lo que pueda parecer, necesito un poco de actividad. Y no es que estuviese nerviosa, sino que las repeticiones que hacía J para que la grabación de un tema de su grupo quedase perfecta, me han ido sumiendo poco a poco en una inquietud que me hacía sentir muy incómoda, hasta el punto de que, si hubiese continuado, me hubiese marchado a pesar del frío que hace hoy en la calle y en contra de mis planes, o le hubiese dicho que, por favor, parase de una vez por hoy, aunque sé del poco tiempo que tiene para hacer estas cosas que tanto disfruta. Es más, he de reconocer que no soporto la voz del cantante y que, si vuelvo a escucharla una y otra vez cantando lo mismo, llegaría a ponerme histérica perdida. Casi no me lo creo cuando J me cuenta que en los conciertos esa misma voz que a mí me pone enferma es lo que más entusiasma al público. En fin… para gustos…

Hablaba de la actividad porque me fue imposible quedarme sentada donde estaba haciendo lo que estaba haciendo. Al principio estaba tranquila, repasando para el examen final de Catalán -ya he terminado todos los cursos que necesitaba y con muy buena nota, por cierto, así que estoy más que feliz; el examen será el próximo día 4 de febrero a primera hora de la mañana en el Carrer Marina- hasta que poco a poco he ido cayendo en una angustiosa espiral de desasosiego, como contaba más arriba, así que cuando J paró la grabación y tras saber que había cerrado la puerta de casa para irse al cine, me levanté y me puse a arreglar el salón, concentrándome simplemente en lo que estaba haciendo hasta que entré en calor. Después de eso, con el suelo y las alfombras ya limpias, me puse a hacer una serie de 12 surya namaskar, para seguir luego con un estiramiento en pada hastadasana y finalmente terminar con la contrapostura de setu bandha sarvangasana. Ahora, mientras escribo, todo permanece en silencio y respiro hondo. Un poco más tarde me daré una ducha caliente.

Ayer visité el templo de la Sagrada Familia de Gaudí, pues era jornada de puertas abiertas. Hacía mucho tiempo que no entraba y el proyecto está muy avanzado, pero respecto a todo lo nuevo que no había visto, debo decir que me decepcionó realmente. Ni siquiera hace ya tanto tiempo comprendía la fascinación general por esta obra de Gaudí, pero quise comprobar en un día como el de ayer, sin tener que pagar un ojo de la cara por una entrada, si la obra no me dejaría indiferente. Precisamente indiferencia no fue lo que sentí, debo confesarlo, pero sí bastante repulsión. El interior me recordó a una mezcla entre un refugio nuclear fabricado con materiales lujosísimos e iluminado levemente con vidrieras que cualquier buen observador supondría de los años setenta y la estética de la película Metrópolis de Fritz Lang, lo cual veo poco adecuado para un templo y absolutamente discordante con lo que inició Gaudí en la Fachada del Nacimiento y las esbeltas torres coronadas con adornos de cerámica esmaltada. Lo cierto es que sé de buena tinta que cualquier catedral o templo importante ha tenido sus diferencias provocadas por los distintos periodos de construcción y que a la Sagrada Familia le ocurre lo mismo, pero me siento muy desilusionada con el resultado. Me dejó todavía más fuera de lugar que el templo pareciese una nave nodriza que engullese a miles de visitantes por la Fachada del Nacimiento de Gaudí y las expulsase por la de la Pasión de Subirats, no sin antes detenerse en medio a hacer fotos de calidad dudosa con sujetos protagonistas sobre fondos inverosímiles. Posmodernismo al fin y al cabo en lo que se supone el colofón del Modernismo barcelonés. Sin embargo, cuánto me gustan otras obras de Gaudí como la preciosísimas Casa Batlló o la Casa Vicens, medio escondida en una esquina del barrio de Gràcia, o el espléndido espectáculo de ensueño que ofrece la columnata que sostiene la plaza del Parc Güell y que muestra enormes y fantásticos medallones de trencadís, parecidos a brillantes tesoros que albergase el fondo del mar.

Y para terminar el día, una película de estreno en la sala 5 de los cines Aribau, donde no había estado nunca y que me recordó a un añorado cine de Vigo de la Calle Urzaiz, próximo a la casa donde vivíamos, donde durante parte de la niñez, toda la adolescencia y mi primera juventud, pude disfrutar de tantas películas y donde vi la última –La cena, de Ettore Scola- con sólo dos personas más que yo antes de que a la salida me impresionase para siempre el espectáculo natural de uno de los más hermosos atardeceres que hayan contemplado mis ojos sobre el mar plateado de la ría. La sala 5 del Aribau es una sala extensa, como los cines de antes, con el suelo en ligera pendiente, con la pantalla baja y grande, un poco démodé y ajado, pero donde me sentí tan a gusto que sería difícil que en tales circunstancias no me hubiese gustado la película. Más allá de la vida, la última de Clint Eastwood, dura más de dos horas. A pesar de que el tema que trata pueda resultar controvertido y sumamente difícil de manejar, él sabe hacerlo sin plantearse cuestiones metafísicas ni de creencias, desde un punto de vista muy humano, con verdadera naturalidad y elegancia y con la destreza de entrelazar con maestría tres historias, tres lugares, tres personas que coinciden en un punto común de la vida, a pesar de la muerte y gracias a ella.

Published in: on enero 23, 2011 at 11:16 pm  Comments (2)  
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Los Reyes Magos

El aire huele de nuevo a cristal helado y a madera quemada que llega de alguna chimenea de las casas vecinas. Más que nunca se valora el calorcillo de casa y la caricia de una manta que alguien que nos quiere nos pone encima cuando nos quedamos dormidos en un sillón después de la comida. Anochece pronto, se encienden las luces en pequeñas estancias que parecen farolillos vistas desde la calle.

En las ciudades han puesto bombillas de colores que forman dibujos de estrellas, de árboles, de ángeles… el aire es tan frío que se nota cada ráfaga inspirada y las ventanillas de los autobuses se llenan de vaho tibio y humano. Los niños más pequeños pasean los domingos o las tardes de sus días de vacaciones escolares cogidos de la mano diestra de sus padres para no perderse entre el vaivén de las multitudes. Van bien vestidos y abrigados, sonríen, prueban el mazapán y el turrón por primera vez, meriendan en una chocolatería del centro de la ciudad. Son felices sin darse cuenta, duermen hasta tarde excepto la noche mágica del 5 de enero.

El 5 de enero el tiempo pasa tan lento que nadie piensa que va a llegar alguna vez el momento de ver los regalos envueltos con cariño para abrirlos junto al zapato que ha dejado uno mismo en el lugar habitual. Los niños tardan en dormirse, están nerviosos e inquietos, les duele el estómago de emoción. Por la tarde, un primo mayor les ha hablado de los Reyes Magos, les ha contado que llegan en barcos dorados a las ciudades con mar y que traen regalos para los que se hayan portado bien. Pero advierte también que nadie puede levantarse por la noche so pena de quedarse dormido bajo el poder somnífero de unos polvos mágicos traídos por ellos y fabricados a base de una resina que sólo se encuentra en Oriente y de la que sólo ellos tienen la fórmula de su elaboración. Nadie puede ver a los Reyes Magos, sólo saber que han traído regalos y que han dejado sus copas de champán medio vacías sobre la mejor mesa de la casa, la mesa de madera que se ha utilizado para las grandes cenas en familia. Pese a todo, mamá pudo vislumbrar, de niña, entre la oscuridad, la capa de una de sus majestades. Yo de pequeña bebí el champán que sobró de las copas y pensé durante algunos días que me iba a volver invisible.

Cuando atardece, los corazones comienzan a latir más fuerte de emoción. Nos abrigamos bien para ir a la cabalgata. Cogemos cien caramelos, algunos se nos caen en los bolsillos enormes de los abrigos de fieltro, donde guardamos de todo el resto de la estación, donde nos cabe un poemario querido que un amor nos ha regalado; otros nos dan en la cabeza, amortiguados por los gorros de lana. No hay tiempo que perder, hay que llegar a casa y acostarse pronto, ya están en camino, ya han llegado a la ciudad.

A la mañana siguiente nadie tiene frío, sudamos de emoción. Corremos con las mejillas coloradas a ver los tesoros envueltos en papel multicolor… y volvemos a vivir la  misma emoción cuando uno de nuestros hermanos o nuestros padres abren sus paquetes, todavía un poco soñolientos y remolones. Esa mañana desayunamos las golosinas que han  puesto para nosotros en una bolsita de organdí con una estrella bordada. Todo es nuevo, querido, recibido con ilusión. Veo que me han traído unos mitones para que no se me congelen las manos al escribir a máquina las noches frías de invierno. Alguno de los regalos llega hasta lo más recóndito del alma y no la abandonará en toda la vida. Se nos hace un nudo en la garganta al pensar que habrá que aguardar un año entero el acontecimiento mágico, pero lo deseamos con un escalofrío persistente en el corazón y con estrellas de esperanza reflejadas en ojos eternamente infantiles y sinceros.

Published in: on diciembre 21, 2008 at 12:34 am  Comments (2)  
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Esperanza

Hace una semana que vivo aquí. He vuelto a la primera casa familiar, un lugar espacioso y cálido, con muchos recuerdos, con suelos de madera, chimenea y patios, con libros y películas y, desde ahora, con mi presencia y con la de mi gato.

Ya vivían aquí dos de mis hermanos y un amigo suyo que hace algunos años compartía piso con ellos en una calle del Eixample.

En cierta manera veía que mi llegada representaría un reencuentro, y digo “en cierta manera” porque mi acogida y la de mi gato no han sido como yo esperaba. Desde hace semanas se ha venido haciendo una conspiración contra el pobre animalillo, lo cual yo no he podido comprender si tengo en cuenta que a J. no le supone ningún problema y que M. suspiró toda su infancia por tener una mascota y hasta pensaba recoger uno de la calle en que vivíamos en Vigo y “despiojarlo” para traérselo a casa. La repulsa no viene por ahí, sino por parte del otro individuo que ocupa nuestro espacio. Como mi hermana M. está a partir un piñón con él y se contagia de todos sus pensamientos y decisiones, la solución más conciliadora ha sido dejar al gato en el patio más grande, el de los árboles y las enredaderas. Afortunadamente Tito ha encontrado su lugar favorito sobre un muro, bajo la copa abullonada de un granado. Pero es un gato acostumbrado a estar dentro de casa y me gustaría que pudiese andar entre nosotros y quedarse adormilado sobre alguna alfombra mientras vemos la tele o leemos. Quizás sólo sea cuestión de tiempo. Ojalá sólo sea también cuestión de tiempo que el otro individuo se vaya por donde ha venido, puesto que ésta es una casa familiar y no de huéspedes y aquí no pinta nada, y más considerando que está como invitado sin tener que pagar un céntimo de renta. Lo mismo opinan todos excepto M., y mamá, de quien es la casa, ha pasado momentos muy tensos las últimas semanas -estuvo aquí durante un mes; ayer se marchó a Galicia- con todo el follón que supuso mi llegada. Ayer por la mañana estalló en llanto en la cocina. Yo no pude retener las lágrimas viéndola así y nos abrazamos. M. tiene tan mal carácter que si echamos a su amigo puede enfadarse mucho con mamá, hasta límites insospechados, y a mamá eso le dolería como no podemos imaginar.

Espero que mi llegada no haya enturbiado nada.

Espero que Tito vaya conquistando poco a poco un corazón helado.

Espero que mamá o quien regrese o venga de visita a su propia casa no tenga que dormir en el sofá.

Espero que… sobran las palabras.

Las cosas claras y el chocolate espeso.

Published in: on octubre 5, 2008 at 10:08 am  Comments (5)  
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