Pasadas las fiestas de turrón y mazapán me encuentro de nuevo en paro aunque, mirando el lado positivo, a muy poco tiempo de estar aquí, he podido estar trabajando durante más de un mes como “chica-chaleco” en un conocido establecimiento de un centro comercial de la Diagonal vendiendo y recomendando películas y música. No me ha ido mal, más bien al contrario, y mi jefa se ha quedado sorprendida por la paciencia, disponibilidad y buena cara que he mostrado con todos los clientes. Ahora se suma a mi curriculum una valliosa experiencia comercial, aunque sigo insistiendo en el empeño de desarrollar aquello que más me gusta: la docencia. Al menos intentaré que los responsables de todos los centros de enseñanza privados y concertados de la ciudad sepan que existo y que si me requieren estoy a una llamada de teléfono.
Puedo comprender ya sin tanto esfuerzo la lengua del lugar, si bien sigo las clases con mucha atención con el fin de aprender a escribir y a expresarme, para lo cual sospecho necesitaré todavía bastante tiempo. Leo a diario cosas en catalán, aunque he de reconocer que lo más difícil, como siempre ocurre, es la lengua literaria, y que muchas obras todavía se encuentran fuera de mi alcance. Hasta ayer era la única chica española de mi clase, lo cual me brinda la posibilidad de conocer otras culturas. Espero poder aprender con V. un poco de ruso mientras yo le ofrezco una muestra de mi legado gallego.
A finales de año se representó por primera vez, a través de textos declamados por una actriz, parte de la obra Viatges i Flors, de Mercè Rodoreda, para cuya escenificación participé -bajo la dirección de B. y los consejos de S.- creando flores de papel. La actriz aparecía por entre el público con una maleta y se dirigía al escenario. Sus palabras lujosas eran acompañadas por una excelente selección de piezas para piano y violín interpretada con precisión y sentimiento por I. y M., dos grandes profesionales. En determinado momento la maleta se abría y aparecía, para los ojos atónitos del público, un abanico verde que simulaba un jardín. Más tarde la actriz adornaba el maravilloso desplegable con mis lirios y rosas de origami durante todo el tiempo que sonaba una melodía de Albéniz. Fue un espectáculo íntimo, elegante y encantador, realizado con un gusto exquisito. Frente al escenario en tarima se dispusieron mesas con manteles blancos y velas de té en soportes de vidrio translúcido, acaramelado, en el centro de cada una. Alrededor, invitaciones en forma de corolas de papel plegado en tonos peladilla con los datos del evento en letras manuscritas de tinta líquida. El lugar, la Nau Ivanow, antigua nave industrial cedida por un admirable mecenas contemporáneo . El abrigo, la iluminación que tan bien supo modular J., resaltando la belleza de todo aquello que merecía atención. El pasado día 6 volvió a representarse y de nuevo fue estupendo revivir sensaciones tan gratas, todo un placer para los sentidos.
La alegría inmensa de poder visitar el MNAC en buena compañía y admirarme de nuevo ante La granadina de Anglada Camarasa o el Plein air de Ramón Casas.
Tito, el gato, se recupera muy bien de una herida infectada entre mimos, atenciones y el calor de mi cuarto. Y se muestra de nuevo juguetón, lo cual significa que no tiene molestias. Me ha dado más de un susto últimamente, pero ahora ya puedo sonreír tranquila.
Escucho obsesivamente Hallelujah en la versión de Jeff Buckley y me acuerdo de mis compañeros de guitarra de la academia de Oviedo y de las tertulias de cada miércoles en el café de abajo.
Y mientras tanto, la vida continúa.