Cada vez vengo más a menudo al colegio. Soy la profesora sustituta por la que optan en llamar siempre que necesitan a alguien y eso me favorece. He pasado por todos los grupos de enseñanza secundaria. Cada vez es más sencillo, puesto que los alumnos ya saben quién soy, pero reconozco que la primera vez que me he enfrentado a grupos nuevos a veces ha sido durísimo y hasta frustrante.
Comienza a hacer calor y las clases van resultando un poco pesadas, pero ya queda poco para que termine el curso; descontando fines de semana, un mes apenas. No queda nada, pero es el tramo más intenso. La ventaja es que no me encargo de poner exámenes ni de corregirlos, sólo me limito a proponer el trabajo que me dejan encargado los profesores que faltan y a vigilar las clases para que lleguen a buen término. Preferiría poder encargarme de un curso de principio a fin, pero al menos esto es un comienzo.
Estudio catalán incansablemente. Tarde o temprano, conseguiré mi objetivo y quizás pueda apuntarme en la próxima convocatoria de apertura de bolsa de empleo público para docentes. Estoy informándome sobre todo lo que se refiere a los exámenes de oposiciones. Lo hablé con S como por casualidad y me dijo al principio que ella me regalaba los temarios, pues había acudido a una academia, y luego, algo mejor aún: que podíamos prepararnos juntas. La noticia me llenó de alegría. En este momento me siento con energía para emprender una tarea tan dura. Si me organizo bien, quizás pueda compaginar el estudio con algo de trabajo. Es necesario ir tirando, sobre todo en una ciudad tan cara como Barcelona, sobre todo en tiempo de crisis.
Hace dos días comencé a leer Mirall trencat de Mercè Rodoreda. Voy alternando su lectura con el Diario de Hélène Berr, con Villa triste de Patrick Modiano i con algo de poesía.