Breve encuentro

Poco después de saber de nuestra ruptura se te ocurrió decirme lo que sentías por mí después de casi un año que sabemos uno del otro. Me pareció que no era una banalidad y admiré tu valentía –creo que yo hubiese hecho exactamente lo mismo-. Tuve en cuenta tus sentimientos, que encontré nobles y sinceros. Tuve en cuenta cuánta ternura podía salir de tu corazón hacia mi persona. Pero sabías –lo supiste desde el principio- que me sentía magullada como si hubiese caído de mucha altura y sobrevivido, y que debía ponerme en pie de nuevo y comenzar a caminar.

A pesar de todo, me pareció ver en ti un amor incondicional, sin tiempo, paciente hasta donde hiciese falta. Y no hizo falta mucho para reconocer cuánto aprecio y cariño sentía por ti. Pero tú insistías en que yo te amase del mismo modo que decías tú que me amabas –“estoy muy enamorado de ti, como jamás lo he estado de nadie en esta vida. Eres la mujer más especial que he conocido. Quiero hacerte feliz y lucharé por ello cada día, cueste lo que cueste”-, pero yo te explicaba que pensaba que “el amor es lo contrario del egoísmo”. Lejos de dejarme reaccionar, te obcecabas en que mis sentimientos eran cambiantes e incoherentes… Y sabes que no era así, sino que navegaba entre una lógica y humana confusión. Si algo tenía claro, y lo sigo teniendo en estos momentos, es mi rechazo –al menos de momento- a una relación comprometida.

Hace tan sólo dos días supe de algo, a través de ti antes que de cualquier otra persona, que me hirió el alma con punta afilada. Tengo heridas recientes sobre heridas todavía abiertas. Pero no voy a morir por ello. Me ofreciste tu amistad en el momento más delicado. No he podido aceptarla. Así que todo ha terminado entre nosotros. Nos alejamos, nos distanciamos para no seguir sufriendo. Pero no te guardo rencor. Lejos de eso, agradezco los buenos momentos compartidos, el calor de tus brazos, las palabras, los susurros… Agradezco aquella noche tan especial e íntima, que pertenece exclusivamente a ambos, y de la que confesaste que había sido la noche más hermosa de toda tu vida.

Te queda de mí una carta en sobre rojo y mi dibujo… Espero que te quede, también, mi recuerdo.

Adiós, D., el de nombre verdeazul.

flores-para-d.jpg
Published in: on febrero 6, 2008 at 8:51 am  Comments (1)  
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One CommentDeja un comentario

  1. Me pregunto con qué derecho puedo escribir yo un comentario sobre un post colgado hace ya más de un año, cuando sé que soy casi un total desconocido para R., su autora.

    Sí sé por qué he buscado entre los tags, las palabras amistad y amor, que me han llevado hasta aquí. Es porque sufrí hace ya casi 4 años una situación similar, cuyo recuerdo este «Breve encuentro» me ha hecho revivir, aunque esta vez sin ríos de sangre.

    A veces da miedo saber cuánta complejidad se esconde tras el escaparate de cada uno de nosotros. Me asusta la mía pero también la tuya, es decir, la de R., a quien apenas conozco de unos breves minutos de una noche de domingo (o era sábado?), paparetados, R. y X., tras el resplandor azulado de sendas pantallas.

    Da miedo también porque enamorarse de R. sería fácil, aunque ya quizá no tanto ser correspondido.

    Ahora entiendo por qué a R. , el nombre de X. (o sea, el mío) le pareció verdeazulado, y a mí en cambio, el suyo (es decir, R.) me pareció amplio como un valle canadiense.

    Finalmente entiendo, después de pasearme por este blog, por qué te encontré, R., en una noche de sábado (o era domingo?).

    Tal vez pensaste que nunca volverías a saber de mí, o que no correspondería a tu confianza.

    Yo sabía desde el primer momento que volveríamos a saber el uno de la otra, o al revés, es decir R. de X. o a la inversa. Noté mariposas en mis sentidos.

    Un beso bermellón, como tu nombre, es decir R.
    Bona nit
    X.


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